22.
- ¿Qué es todo esto?
Carolina mira asustada el interior de una bolsa negra de basura, saca una cosa verde llena de cables y se la enseña a Mario, él no le presta atención y sigue tendiendo su cama haciendo olas con las sábanas en el aire.
- Los restos de mi computadora.
- ¿Y qué le pasó? ¿La tiraste por la ventana o qué?
- No, digamos que tuvimos una discusión.
Carolina se pone de pié y sostiene el otro extremo de la sábana.
- ¿Qué es esto? -pregunta, señalando unas manchitas negras como gotas de sangre. Luego encuentran más, algunas en el edredón (ahí sí parecen manchas de sangre de verdad, porque el edredón es por un lado azul marino y por el otro es blanco como la nieve) y el ambiente se tensa, la cama parece el escenario de un crimen.
- ¿Por qué no me lo dijiste? -piensa Mario, otra vez, cuando están tendiendo la cama y deciden tapar por el momento las gotas de sangre con revistas y periódicos. La tarea no resulta difícil cuando la cama está tendida y ambos pueden disimular. De todos modos, Mario dormirá cubierto de sangre esta noche.
- ¿Cómo no nos dimos cuenta?
Carolina se deja caer en una silla y oculta lo más que puede su rostro. Mira las pepas de marihuana junto a la mesa. En su interior siente un nudo que le impide expresar lo que siente. Se limita a pensar palabras en gerundio como: andando, patinando, conversando, amortiguando...
Después de un rato, nadie quiere pensar en nada y el cuarto parece un poco más ordenado. Mario menciona aquello del orden dentro del desorden. Porque cada cosa tiene un orden, hasta el desorden. Y luego se queda callado.
- ¿Quieres saber qué le pasó a mi máquina?
- Bueno.
- Hace unos días estaba escribiendo un poema magnífico, lo iba a llamar: “la diabla”... No era un poema, propiamente dicho, era más bien una prosa poética, ya sabes, del más alto vuelo. La cosa es que estaba escribiendo este poema, extasiado (compitiendo contra los demonios que hacen que el poema pierda su vigor y se vaya, porque cuando esto sucede, cuando los dioses o los demonios de la poesía te toman con sus esqueléticos dedos, ellos te pueden soltar cuando les da la gana) estaba escribiendo esto, cuando a la máquina se le ocurre colgarse...
- Vaya.
- Pues nada, de tanto apretar “control-shift-suprimir” la jodida cosa se apagó. Fue hasta una media hora más tarde cuando me di cuenta de que a lo mejor no había guardado bien el archivo, y prendí la máquina. Ni si quiera le había puesto nombre. No existía. Se había perdido entre cables y data inservible que existe (porque en algún lugar existe) en mi computadora, y no me quedó otra más que sentirme estafado, quiero decir, ¿de verdad es este el gran avance de nuestra civilización? Sé a ciencia cierta que los pergaminos han sobrevivido siglos. En fin. Después de un par de horas de llanto, desconsuelo, preocupación e inútiles esperanzas (llamé a un par de técnicos de confianza, solo me atendió uno para decirme que era inútil) llegué a la conclusión de que toda la culpa no era mía. No. Tomé un bate de baseball que me regaló mi papá cuando era niño y...
- ..y rompiste tu computadora.
- Sí.
Carolina rió.
- Ja, ja, ja...
- ¿Qué?
- Se te borra un archivo y golpeas tu máquina. ¿Sabes qué? No te creo nada
- ¿Por qué?
Carolina mete la cabeza dentro de aquella bolsa negra.
- No todas las partes están rotas, además, la tarjeta madre está bien. Puede ser que esté desarmada...
Carolina sujeta su cabeza con ambas manos
- Es que nadie puede ser tan huevón.
Mario pasa su dedo índice por la superficie del estante donde guarda sus libros. Está lleno de polvo.
- Yo sí.
- ¿Qué es todo esto?
Carolina mira asustada el interior de una bolsa negra de basura, saca una cosa verde llena de cables y se la enseña a Mario, él no le presta atención y sigue tendiendo su cama haciendo olas con las sábanas en el aire.
- Los restos de mi computadora.
- ¿Y qué le pasó? ¿La tiraste por la ventana o qué?
- No, digamos que tuvimos una discusión.
Carolina se pone de pié y sostiene el otro extremo de la sábana.
- ¿Qué es esto? -pregunta, señalando unas manchitas negras como gotas de sangre. Luego encuentran más, algunas en el edredón (ahí sí parecen manchas de sangre de verdad, porque el edredón es por un lado azul marino y por el otro es blanco como la nieve) y el ambiente se tensa, la cama parece el escenario de un crimen.
- ¿Por qué no me lo dijiste? -piensa Mario, otra vez, cuando están tendiendo la cama y deciden tapar por el momento las gotas de sangre con revistas y periódicos. La tarea no resulta difícil cuando la cama está tendida y ambos pueden disimular. De todos modos, Mario dormirá cubierto de sangre esta noche.
- ¿Cómo no nos dimos cuenta?
Carolina se deja caer en una silla y oculta lo más que puede su rostro. Mira las pepas de marihuana junto a la mesa. En su interior siente un nudo que le impide expresar lo que siente. Se limita a pensar palabras en gerundio como: andando, patinando, conversando, amortiguando...
Después de un rato, nadie quiere pensar en nada y el cuarto parece un poco más ordenado. Mario menciona aquello del orden dentro del desorden. Porque cada cosa tiene un orden, hasta el desorden. Y luego se queda callado.
- ¿Quieres saber qué le pasó a mi máquina?
- Bueno.
- Hace unos días estaba escribiendo un poema magnífico, lo iba a llamar: “la diabla”... No era un poema, propiamente dicho, era más bien una prosa poética, ya sabes, del más alto vuelo. La cosa es que estaba escribiendo este poema, extasiado (compitiendo contra los demonios que hacen que el poema pierda su vigor y se vaya, porque cuando esto sucede, cuando los dioses o los demonios de la poesía te toman con sus esqueléticos dedos, ellos te pueden soltar cuando les da la gana) estaba escribiendo esto, cuando a la máquina se le ocurre colgarse...
- Vaya.
- Pues nada, de tanto apretar “control-shift-suprimir” la jodida cosa se apagó. Fue hasta una media hora más tarde cuando me di cuenta de que a lo mejor no había guardado bien el archivo, y prendí la máquina. Ni si quiera le había puesto nombre. No existía. Se había perdido entre cables y data inservible que existe (porque en algún lugar existe) en mi computadora, y no me quedó otra más que sentirme estafado, quiero decir, ¿de verdad es este el gran avance de nuestra civilización? Sé a ciencia cierta que los pergaminos han sobrevivido siglos. En fin. Después de un par de horas de llanto, desconsuelo, preocupación e inútiles esperanzas (llamé a un par de técnicos de confianza, solo me atendió uno para decirme que era inútil) llegué a la conclusión de que toda la culpa no era mía. No. Tomé un bate de baseball que me regaló mi papá cuando era niño y...
- ..y rompiste tu computadora.
- Sí.
Carolina rió.
- Ja, ja, ja...
- ¿Qué?
- Se te borra un archivo y golpeas tu máquina. ¿Sabes qué? No te creo nada
- ¿Por qué?
Carolina mete la cabeza dentro de aquella bolsa negra.
- No todas las partes están rotas, además, la tarjeta madre está bien. Puede ser que esté desarmada...
Carolina sujeta su cabeza con ambas manos
- Es que nadie puede ser tan huevón.
Mario pasa su dedo índice por la superficie del estante donde guarda sus libros. Está lleno de polvo.
- Yo sí.
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